UNA GAIRA PARA CIEN AÑOS DE SOLEDAD
Por: Kevin
E. Molina
Muchos años después, frente a la plaza
principal, doña Elvia Rosa Martínez, de 84 años, recuerda aquella tarde remota
en que su padre la llevó a conocer la nueva estación del tren de carga y
pasajeros. Gaira era entonces un hermoso terruño basto y fértil, que recibía el
título de ‘Gaira la dulce’, en honor a sus extensos cultivos de caña, mamón,
mango y tamarindo.
No había más que 200 casas, una plaza central, un
río, trochas enlodadas y una estación de tren que transportaba miles de mangos,
toneladas de mamón y sacos llenos de tamarindo.
“En cada casa había un trapiche, símbolo de la
producción panelera, en el que extraían el jugo de la caña de azúcar para
producir panela, ron y miel – rememora con agrado doña Elvia mientras su mirada
se escurre a lo lejos –. Por un bloque de panela no recibíamos más de 10
centavos, pero era suficiente para comprar el combustible e iluminar las casas
por la noche”.
Todos se conocían con todos. Los Martínez,
quienes vivían junto al río, intercambiaban con los Molina, apodados ‘los
perritos’, tres pocillos de arroz por un conejo a medio matar. Solo era
cuestión de ir al patio por los tomates, la papa, el cebollín y el pimentón,
pues no había dinero para adquirir tales cosas, pero sí sobraba tierra, agua y
ganas de vivir.
Justo por la plaza principal de Gaira atravesaba
la quebrada Tamacá, una de las tantas que nacían del río Gaira y que eran las
oficinas de las señoras Margot, Angelina, Vitalia y Ana, lavanderas de los Lacouture,
Vives y Diazgranados. “A esa gente le gustaba que ellas le lavaran la ropa
porque el río Gaira siempre fue el más limpio (…). Cuando esas mujeres salían
del río, tenían los bolillitos blancos y arrugados”, declara entre risas la
señora Martínez.
Eran pocas las veces en las que los gaireros
debían transportarse al centro de la ciudad, pues en este bello terruño lo
tenían todo. Cuando lo hacían, debían tomar ‘la Boa’ o ‘la Biblia’, que eran
los autobuses autorizados para entrar a Gaira, y debían ir preparados para
empujar si se atascaba en el barro.
Esa era Gaira, y con ella su gente, personas
que le ponían el ritmo a la vida, gente con carisma y sonrisas, con ganas de
hacer de ese terruño un mejor lugar, un lugar positivo.
Julio Molina, hijo adoptivo de la ‘vieja Elvia’,
como prefiere ser llamada para hacer honor a sus arrugas, cursó algunos grados
de primaria en la Institución Educativa Distrital Simón Bolívar de Gaira, que
para aquel entonces recibía el nombre de Colegio Nacionalizado. Este plantel
educativo, junto al Madre María Bernarda, fundado por Vitalia Yepez, eran los
únicos centros a los cuales tenían acceso los gaireros.
Julio Molina tuvo cerca de 13 hermanos, de los
cuales sobresale Osman Molina, quien en más de ocho ocasiones se rompió el
brazo por estar en patios ajenos robando mangos y correteando gallinas. La
situación económica de los Molina Cuentas nunca fue buena, pero en Gaira nadie
moría de hambre. Osman acostumbraba a visitaba las orillas del río para cazar conejos
y ‘tierrelitas’ con su onda y, por las tarde, salía con una ponchera en la
cabeza a vender caramañolas, arepas de huevo, papas rellenas y empanadas de
maíz.
“Ya en últimas tuve que irme al mercado público
porque me toqué abajo y me di cuenta que ya era un hombre y que debía responder
por mi familia” – declara Osman Molina quien nunca contó con el apoyo de su
padre y desde los nueve años se hizo cargo de la alimentación de sus hermanos. “No
me da pena decir que iba al mercado a cargar bultos, no señor; antes bien, me
llena de orgullo porque eso me hizo responsable” – finaliza con su voz
entrecortada.
Mientras Osman se rebuscaba en el mercado, su
madre, la señora Diosa Cuentas, atendía a sus hijos, preparaba los fritos que
se venderían por la tarde y atendía la venta de mango de azúcar, chancletón y
número 11 que tenía en la puerta de su casa. “Me sorprende que mi hijo –
refiriéndose a Osman – a pesar de todas las obligaciones que tenía en la casa,
siempre fue el mejor estudiante de su curso; de hecho, usted va a pregunta en
el Simón, ¿quién ha sido el mejor estudiante?, y le dirán que Osman Molina
Cuenta” – asegura Diosa Cuentas.
Hoy, aunque Gaira sigue siendo un corregimiento
que pertenece a Santa Marta y se convierte en paso obligatorio para cualquier
turista, solo engorda la lista de los lugares en el olvido, curtidos en pobreza
y adornado por una gran cantidad de ancianos que, por falta de oportunidades y
apegados a sus raíces, tuvieron que vivir en Gaira, una comuna donde no pasa
nada, porque las estirpes condenadas a no sé cuántos años de soledad no tendrán
una segunda oportunidad sobre la tierra.
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